sábado, 13 de julio de 2013

DESPUÉS DE HACER EL AMOR

DESPUÉS DE HACER EL AMOR

Estaban echados en la cama, después de hacer el amor, y él no sabía sobre qué conversar con ella.
–¡Quieres un cigarrillo? –le preguntó.
–No, no gracias, no fumo.
–Muy saludable –comentó tontamente–. ¿Y un whisky o un anís?
–No gracias. Tendrías que levantarte…
–No me importaría…
–No, no…
–Te lo agradezco –se volteó en la cama, cogió de la mesa de noche una cajetilla de cigarrillos, sacó uno, se lo puso en la boca y lo prendió – ¿No te molesta que fume?
–No, qué ocurrencia.
Y los dos se quedaron casi un minuto en silencio.
–Fue raro como nos conocimos.
–Sí, a veces pasa así – contestó ella mirando el techo.
–No me lo esperaba.
–Así es mejor, tal vez. Se encuentran dos personas que nunca se han visto y un par de hora después están en la mayor intimidad que puede haber entre seres humanos.
–Eso es muy filosófico –comentó, engolando la voz.
Ella se rió.
–Perdón –dijo.
Volvieron a quedarse en silencio.
Él dio un par de pitadas a su cigarrillo.
–¿Y por qué me besaste?
–Tú fuiste el que me besó –respondió la muchacha, son-riendo en la oscuridad.
–Sí, bueno, ¿por qué, entonces, te dejaste besar?
–Porque era el momento; ya llevábamos un buen rato bai-lando juntos…
–Apretados…
–Sí, apretados, muy apretados –dijo ella en voz más baja.
–Sabes, a mí siempre me ha llamado la atención, me ha intrigado mucho la manera como se inicia una relación sexual.
–Besarse mientras se baila no es exactamente el inicio de una relación sexual, al menos yo no lo veo así.
–Pues mira donde hemos terminado nosotros.
–¿Te molesta?
–No, no, nada de eso.
–Bueno, ¿entonces?
–Lo que pasa es que me intriga saber cómo se inician estas relaciones y por qué.
–Se inician porque sí y se acaban igualmente porque sí. Nadie le busca tres pies al gato; al menos yo no lo hago. Te he conocido, me gustaste y me gustas, hemos pasado una buenas horas juntos, ahora estamos conversando y nadie sabe, ni tu ni yo, que pasara mañana o si nos volveremos a encontrar. Conocer a otra persona íntimamente te enriquece...
–Sexualmente…
–No, no, son mayores y mejores cosas las que recibes.
–Si tú lo dices…
–Yo creo que sí –dijo, bajando nuevamente la voz hasta convertirla casi en un susurro.
–¿Todo comienza siempre besándose?
–No necesariamente, no sé, no lo creo.
–¿De qué otra manera puede iniciarse el acercamiento?
–No sé, depende del tipo de relación que tengas.
–No, yo hablo de dos personas que no se conocen.
–Bueno, en ese caso, besarse es como abrir una ventana o una puerta; es una manera de dar ánimos al inicio de una experiencia más profunda, no sé, igual a la que estamos viviendo nosotros ahora.
–¿Tú crees que esta es una experiencia más profunda?
–Para mí, sí, sin la menor duda.
–Ah, caray –dijo, y se rió forzadamente.– Cuéntame otras maneras como puede iniciarse una relación sexual.
–Yo podría ahora poner mi mano sobre tu sexo o tú la tuya sobre el mio, por ejemplo.
 –Pero eso no es un inicio, es una repetición o una conti-nuación casi natural.
–Bueno, en ese caso, creo que la única manera de iniciar una relación sexual es besándose.
–No sé, no creo, tiene que haber otras maneras.
–Es lo que te dije antes, depende la de la relación que ten-gas. Yo tengo una amiga a la que su marido cuando quiere hacer el amor con ella le dice, siempre le dice: ¿querrá tu conejito comerse su zanahoria? En los cuatro años que lle-van casados, ella no ha logrado quitarle esa cursilería.
–Si, es una huachafería.
–A otra amiga, su novio tiene que regañarla por cualquier cosa, casi pelearse por algo, y así, como una manera de amistarse, tienen sexo.
–Es curioso.
–Otra amiga ya sabe que su novio, a media semana y duran-te el fin de semana, la poseé de todas maneras. Estén donde estén, él se las arregla para poder hacer el amor. Una vez lo hicieron en el baño de la casa de un amigo donde estaban invitados a cenar. Fue terrible. Él la levantó, la apoyó en el lavatorio y cuando estaba eyaculando se vino abajo el lavatorio; los dos terminaron tirados por el suelo luego de hacer una bulla espantosa. Ella tuvo un corte en una nalga y hubo que llevarla al hospital para que la cosieran: seis puntos y la vergüenza adjunta.
–Si, qué idea, pero cuéntame cosas tuyas, deben ser más interesantes.
–Yo tengo muy pocas anécdotas que contar.
–Anda…
–De verdad…
–Pero alguna vez habrás sido virgen, por ejemplo.
–Sí, pero no tiene ninguna importancia.
–Cuéntame.
–¿Cómo dejé de ser virgen?
–Sí.
–No creo que te interese.
–Claro que me interesa.
–¿Sabes?, tienes unas curiosidades muy raras.
–Si no quieres contarme, no me cuentes, ya está: no quiero fastidiarte o que te hagas ideas raras.
Los dos se quedaron en silencio; él dio unas pitadas a su cigarrillo.
–¿Estas molesta conmigo?
–No, por qué; sólo que me extraña las preguntas que me haces. A ti que te puede ir o venir cómo perdí mi virgini-dad. Son cosas que pasan y ya está. En nada puede influir en la relación que tenemos. No me vas a conocer más o menos por contártelo o dejar de contártelo. Son tonterías.
–Perder la virginidad no es una tontería; de alguna manera ella marca el inicio de tu vida sexual. Después de perder la virginidad agregas otra dimensión amorosa a tu comporta-miento con los hombres. Ya sabes que todo no acabará en besos y sobaditas.
–No sé qué decirte. Yo tuve un novio durante cuatro años y no perdí la virginidad; él quería que tuviéramos relaciones sexuales pero yo no. Finalmente me dejó. Cuando me di cuenta de que lo perdía por una tontería ya era demasiado tarde. Con gusto me hubiera acostado con él con tal de no perderlo. Pero no pasó y se acabó la historia. Para eso me sirvió la virginidad. Es algo de lo que siempre me arrepentí.
–Bueno, pero habrás tenido más novios.
–Un año después tuve otro novio, si novio se puede llamar a alguien con el que sales cuatro o cinco veces. Me invitó un fin de semana a una fiesta en la casa de la playa de sus padres. Yo fui encantada. Pero no había ninguna fiesta. Nos estábamos besando y él quiso ir a más; yo me resistí, no me dejé levantar la falda ni abrirme la blusa.
–Y te acordaste de tu anterior novio y de las luchas iguales que tuviste contra él por el mismo motivo.
–No, ni se me ocurrió pensar en él; solo que no me daba la gana. ¿Por qué tenía que tener relaciones sexuales con él? Casi ni no nos conocíamos.
–¿Por qué entregarle tu virginidad?
–No pensé en mi virginidad; ni me pasó por la cabeza.
–¿Entonces?
–Ya te dije: no tenía ganas de hacer el amor con él.
–¿Y qué paso?
–Que se molestó, se puso algo violento, comenzó a hacer fuerza para bajarme los brazos, y abrirme con las rodillas las piernas. Era como una lucha que yo jamás hubiera podido ganar. Cuando tuve miedo de que me golpeara, me rendí, simplemente dejé de defenderme, me entregué. Él fue a lo bestia y todo duró un instante, un mínimo instante. Yo lloraba y él decía groserías.
–¿Y se acabó todo?
–Si, yo me arreglé y él me trajo de regreso a casa. Yo lloraba y él iba a toda velocidad. Ahora solo falta que nos matemos, pensaba. Nunca más volvió a llamarme ni yo a verlo. Así fue como perdí mi virginidad, ¿te ha parecido interesante?
–No, no es lo que esperaba, pero la verdad es que no me creo mucho eso de las chicas violadas por el novio. Los dos saben a lo que están jugando. Y si la mujer no colabora, no acepta lo que va a suceder, solo con mucha violencia puede una mujer ser violada. Bueno, quizá esté equivocado.
–De todo hay en la vida, pero en mi caso, ten la seguridad de que yo no quería tener relaciones sexuales con él.
–Lo siento.
–No sé qué es lo que tienes que sentir. Ni me pegaron ni me insultaron, solo me obligaron a hacer algo que yo no quería hacer en ese momento.
–Y después tuviste más novios…
–Claro, muchos novios, si eso es lo que quieres saber, y como dices, cada vez que me besaban ya sabía cómo iba a continuar el romance.
–Igual que conmigo.
–No, contigo es otra cosa. A ti no te conozco, no eres mi novio ni tenemos ningún romance.
–¿Solo soy una aventura, un polvito de paso?
–No es lo que pienso, pero así lo puedes creer tú si quieres.
–No es mi intención ofenderte.
–No, si no me ofende, solo me hace gracia la conversación que tenemos.
–Bueno, es mi culpa, yo te hice preguntas.
–Y yo quise contestártelas –agregó, mientras se levantaba de la cama y decía que iba al baño.
Al pasar por la silla donde había dejado su ropa, la recogió y se la llevó consigo.
Él también se levantó y encendió la luz de la mesa de no-che.
Se puso su pijama y sacó de armario su bata azul.
Vio el bolso de la chica sobre la mesa, y lo abrió.
Reviso la billetera, leyó su nombre, su apellido y su direc-ción, y agregó unos billetes entre los que ella tenía.
No era un pago por las horas que habían estado juntos, sino una manera de agradecerle: ya se compraría algún recuerdo con ellos.
Cuando ella salió del baño, él le dijo que era guapísima; ella se lo agradeció con una sonrisa.
Él la abrazó y la besó en las mejillas.
Después le preguntó:
–¿Me disculpas si no te llevo a tu casa y pido un taxi?
–No, lo entiendo, ya tendrás sueño y estarás cansado.
Llamó a la compañía de taxis, pidió uno, dio su dirección y el número de su tarjeta de crédito.
Los dos bajaron al vestíbulo del edificio a esperarlo.
Él caminó; ella se mantuvo sentada con cierta rigidez.
Evitaron mirarse.
No hablaron, no se dijeron nada: era como si jamás se hubieran visto y no tuvieran de qué conversar.
Cuando ella se levantó del sillón para ir hacia el taxi, él la volvió a besar en las mejillas.
Ella, en voz muy baja, le dijo adiós.
No volvió la cabeza mientras se iba ni cuando se sentó en el interior del taxi; él, por gusto, hizo una inútil despedida con el brazo en alto.