EL CASO DEL CUCHILLO EN LA FRENTE
A mi, la verdad, me importaban muy poco las noticias de los
periódicos.
Sólo los leía por encima y, a veces, cuando no tenía nada
que hacer, veía el horóscopo y, muy rara vez, llenaba en dos segundos el
crucigrama.
Todo lo que cuentan los periódicos es mentira.
¡Vaya si no lo voy a saber!
Hace años remplacé a un tío mío en la dirección de un periódico
-provisionalmente, por supuesto-.
Tuvo un ataque cerebral y la familia me escogió a mí porque
era el que nunca tenía algo que hacer.
Pero ese es otro cuento que algún día te contaré.
Bueno, en quince días había escuchado en diversas reuniones
de amigos, conocidos y muchachas, la terrible historia de la serie de muertes
de conocidos donjuanes. Garbanzo Pacheco, Pepín Riestra y Juanucho Rivas.
Los encontraron muertos, desnudos sobre sus camas, con un
cuchillo clavado en la frente.
Los médicos forenses concluyeron que la muerte no había sido
por el cuchillazo clavado en medio de la frente, sino por un veneno puesto en
una Papa rellena, el filtro de un cigarrillo y en un caramelo de anís.
El cuchillo, decían, había sido clavado después, y golpeado
con un objeto contundente para hacerlo penetrar en la frente: era como su firma
final; supongo que para evitar confusiones.
¿Hombre o mujer?
Nadie se pronunciaba, al fin y al cabo, declaraban los
peritos, un cuchillo clavado con un peso contundente, lo puede hacer tanto un
hombre como una mujer… y hasta un niño.
Yo me inclinaba por una mujer llena de rencores o por un tipo
al que le habían birlado a la novia; es decir, neutralidad total.
Desde que se inicio la matazón ya eran seis los occisos en similares
condiciones.
Pero los muertos no eran donjuanes sino distinguidos profesionales:
el doctor (en medicina) Santacecilia: el abogado, doctor Rivera y el arquitecto Palacios; todos con su
cuchillo clavado en la frente, desnudos y previamente envenenados.
No había pista que seguir.
Lo peor era que ya no había la forma de encontrar algún motivo
o pista básica para rastrear, identificar y capturar al asesino.
No existía ninguna relación o característica especial entre
los asesinados, salvo que los seis eran solteros.
Poco después, a los dos meses, ya eran nueve los muertitos
con el cuchillo en la frente.
Uno ya no sabía qué es lo que podía hacer para evitar que lo
mataran. ¿chica o chico?
Todos lo solteros, que éramos mayoría, decidimos que nunca
más había que estar a solas con un amigo, una amiga o una chica levantada al
azar en cualquier sitio.
Dio resultado.
Durante los dos meses siguientes no hubo muerto que lamentar.
Pero justo al iniciarse el tercer mes limpio de crímenes del
cuchillo en la frente, cataplún, apareció muerto Ramiro Iglesias, conocida
estrella de la televisión nacional y reputado donjuán criollo, en exceso
pedante.
Tenia un cuchillo clavado en la frente.
Yo pensé que era un invento de los periódicos para vender
ejemplares mediante el morbo ciudadano.
El tres de abril, día en que cumplía años mi exesposa, por
tradición de espíritus liberados, cenamos juntos en la Piedra de oro sus tres
exmaridos (yo, el tercero), y un tipo al que no conocíamos.
En verdad, creo que a ninguno de los tres maridos dados de
baja nos interesaba mayormente el cumpleaños de nuestra exmujer, pero era un
compromiso de honor, impuesto por ella, que los tres cumplíamos
invariablemente.
Mientras tomábamos el aperitivo en nuestra mesa, vi a una
chica preciosa (morena, ojos azules, nariz respingada, labios carnosos y senos
discretos) acompañada por un anciano a dos mesas de distancia de la mia.
Le sonreí, me sonrió.
Levanté una ceja al mirarla, y ella levantó la suya.
Le hice ojitos y ella sonrió y me guiñó un ojo.
Cuando la vista de tres de los cuatro hombres que estábamos
sentados ante la misma mesa, voltearon la cabeza en la misma dirección, supuse
que era la chica que venía caminando hacia mí para darme un beso y un abrazo
creyendo que era mi santo.
Pero pasó de largo, rumbo al baño de señoras.
A su regreso dio un mal paso y chocó conmigo.
Me levanté de inmediato, tomándola del brazo me disculpé no
sé de qué, y ella me entregó disimuladamente un papelito que sin que nadie se
diera cuenta guardé en mi bolsillo.
Ella siguió su camino y yo me senté de nuevo.
Cuando ella con el señor mayor se retiraban, me despedí con
una inclinación de cabeza y ella me
respondió con una sonrisa encantadora.
¿Te clavaran esta noche un cuchillo en la frente?
Todos se rieron, yo no: esa era una posibilidad.
Cuando nos retiramos, yo me demoré en ponerme en marcha por
la curiosidad que me mataba: ¿qué diría el papelito?
Sólo Freda 88329452.
No era el número de su carnet de seguridad social. Eso seguro:
era un teléfono para que la llamara.
No decía, hoy mismo, ni nada que se le pareciese: sólo un
nombre y un teléfono.
Podía llamar en diez minutos, mañana o dentro de una semana.
Llegué a mi departamento y la llamé, conectando la grabadora,
para saber lo que deseaba; así quedarían rastros si es que ella podía
sorprenderme, envenenarme y clavarme un cuchillo en la frente.
Ella contestó el teléfono hablando en inglés, y yo le seguí
la broma contestándole también en mi espantoso inglés.
¿Me gustaría verte?, le dije.
A mi también, me contestó en castellano.
¿Hoy o mañana?
Si quieres, hoy mismo.
¿Donde nos encontramos?, le pregunté.
En Cabildo 422; te espero en la puerta; sé discreto.
Sonreí: cayó en la trampa.
Pensé; ahora hasta su dirección está grabada.
-Bien salgo para allá, le dije.
Ella me esperaba recostada sobre la puerta de la casa de Cabildo
422.
Primera alarma: ella podía vivir en otra dirección y estar
parada en esa puerta para que no supiera donde vivía si algo le salía mal; una
dirección equivocada estaba registrada en la grabadora.
Era una posibilidad. Pero yo, como siempre: alerta.
Hablamos del restaurante: ella estaba acompañada de su tío
abuelo, y yo le conté nuestra morbosa celebración anual con mi exmujer y sus
anteriores maridos (más su actual pretendiente, agregué).
Ustedes, los latinos, no pueden con su genio, comentó.
Me reí para guardar las apariencias.
Le pregunté qué es lo que le gustaría hacer.
Mira, me dijo, yo soy de Johanesburgo, hace cinco meses que
estoy aquí, el país de mis padres, y me iré dentro de un mes. Estoy acompañando
a mi tío abuelo, al que se le acaba de morir su esposa. Ya lo convencí para que
se reúna con el resto de la familia en Ciudad del Cabo. Apenas termine de poner
en orden sus propiedades y bienes, nos iremos; en eso estamos.
Segunda alarma: hace justamente cinco meses que comenzaron
los crímenes del cuchillo en la frente.
¿Sería ella?
¿Bailar o una bebida?
Bebida y baile, me contestó.
Fuimos a los Tres gorriones, nos tomamos unos cuantos
whiskis, bailamos la música lenta, y hablamos de todo.
Tercera alarma: el camuflaje: uno concluye, una chica tan
normal y encantadora no puede ser una asesina.
Yo, alerta, como siempre.
Como a las tres de la mañana le dije que si ya quería que la
dejara en su casa, en Cabildo.
Faltaba más: no le iba a dar servida la mesa la primera
noche.
Ella asintió con la cabeza y con cara de sorpresa negativa.
Cuando ya estábamos llegando a Cabildo, le pregunté sonriendo:
¿Te gustaría ir a mi departamento a tomar el último anis, el del estribo?
Me contestó que mejor mañana, que ahora ya era muy tarde.
Y ahora el de la sonrisa negativa fui yo.
Mientras iba camino a mi departamento, me preguntaba si
realmente una chica así podía ser una asesina.
Yo no me lo creía, no tenia ni pies ni cabeza al asunto.
Mañana la volvería a llamar, pero más temprano, para ir a
comer, tomar unos tragos e ir a mi departamento; ahí reventaría el pastel.
Pues pasó una semana y la chica seguía tan encantadora como
en el primer día.
Cenábamos juntos, íbamos a un bar de moda a tomarnos un par
de tragos y luego íbamos a mi departamento hasta las seis de la mañana en que
la llevaba a su casa, en Cabildo 422.
Cuarta alarma, no se había vuelto a presentar un crimen del
asesino del cuchillo en la frente.
Una noche invité a unos amigos para que la conocieran, pero
se disculpó: había amanecido con mucha jaqueca.
Quinta alarma: ¿se enfermó para que no la conocieran y pudieran
identificarla después?
La verdad es que yo ya estaba seguro que ella no era la asesina.
Una semana antes de que regresara a Johanesburgo me dijo que
se iba tres días a conocer unos conventos de monjas que le ha-bían dicho que
eran unas maravillas y que el principal parecía o era un pequeño pueblo con una
casa para cada monja y alojamiento para sus sirvientas. Era un retiro de la
sociedad, pero no una renuncia a las comodidades.
Me pregunto si la podía acompañar.
Me disculpe pretextando unos días con excesivo y delicado
trabajo.
Dudo de irse, pero al final hizo el viaje con una lejana
prima suya.
El segundo día de su ausencia, apareció otro señor soltero
con el cuchillo clavado en la frente; yo lo conocía, no éramos íntimos amigos
pero lo conocía.
¿Habría sido ella?
Cuando regresó me dijo que solo nos quedaban tres días para
estar juntos, y que mucho se temía que el tercer día iba a ser en realidad
medio día y sólo hasta el mediodía.
Fue como un juego de palabras que resultó triste aunque los
dos nos reímos.
En la última noche hablamos del futuro.
Para ella seria muy problemático volver a venir para que estuvieramos
juntos; lo mas probable sería que yo me diera escapadas a verla a ella;
Su padre era de la junta directiva de la más importante aereolínea
sudafricana y los pasajes no me costarían: eso sería algo fácil de conseguir
cuando hablara con su padre: podría ir a pasar fines de semana con ella y más
tiempo si lograba organizar mi trabajo buscando crear días para estar juntos.
¿Y después nos casaremos?, le pregunté.
Eso nunca se sabe, me contestó.
Como cada día, hacíamos el amor, yo me fumaba un cigarrillo
y ella se iba al baño, después conversábamos y dormitábamos un rato.
Nuestra última noche fue similar, sólo que con sentimientos
más intensos.
Esta vez, yo fumé mi cigarrillo de siempre y me adormecí.
Cuando abrí los ojos, ella estaba frente a mí, mirándome y
con dos vasos de whisky en las manos: me extendió uno de ellos.
¡El veneno! Ahí estaría disuelto el veneno que me mataría, y
después vendría la clavada del puñal en mi frente.
Ella se levantó del sillón y dio la vuelta para venir a
sentarse al otro lado de la cama, pero yo siempre atento con las luces de
alarma encendidas.
¿De verdad era la asesina del cuchillo en la frente?
No lo podía creer.
Si era una chica encantadora, dulce, amable, cariñosa, bien
educada, inteligente, culta: era la mujer perfecta.
Además yo la amaba y creía que ella también a mi.
Estuvimos un buen rato echados, conversando, amándonos.
Esta vez ella no salió del baño directo a la cama sino que
se fue, yo creo que llorosa, a mirar la ciudad de noche desde la puerta de
vidrio que daba a una terraza.
Yo la miraba, también llorando: ella no podía ser la
asesina.
Yo la amaba y ella también me amaba, al menos eso era lo que
creía.
De pronto vino al cuarto por un cigarrillo que había dejado
en su mesa de noche, junto a su intacto vaso de whiski.
Caminando de nuevo hacia la terraza, abrió la puerta y me dijo
sin voltear la cara; no seas flojo, bébete tu whisky y ven a ver conmigo la
ciudad; es nuestra última noche.
Un par de minutos después, desde la terraza, repitió, ya, bébete
tu whisky, no seas flojo, te he puesto un regalito adentro.
Ya no había ninguna duda: el whisky estaba envenenado y el
regalito era el veneno que le había echado.
Me quede helado.
Temblaba.
No era posible.
Vacíe el caso de whisky bajo la almohada, y con el corazón
destrozado fui a donde estaba ella esperándome.
¿Te tomaste tu whisky?, me preguntó, ¿te gustó el regalito?
Es para que siempre pienses en mí, para que no me olvides.
Llorando, la abracé, la alcé y la tiré por el balcón: ocho
pisos volando.
Después llamé por teléfono a la policía.
Les dije, acabo de matar a la asesina del cuchillo, la he
tirado por el balcón…. Si, claro que estoy seguro que era ella.
Les di mi nombre y mi dirección, y les advertí que la chica
estaba tirada en la calle.
Regresé a la habitación, vi que aún quedaba una pequeña
cantidad de licor en el vaso (serviría para el análisis del veneno).
Después levante la almohada para ver si la filtración del
licor había sido completa.
Y ahí, en medio de la mancha de whisky, sobre la sábana, un
pequeño brillante, hermoso y muy bien cortado, me miraba sin parpadear.
No hay comentarios:
Publicar un comentario